El álgebra de las calles
Un misterioso equilibrio rige los sótanos del universo,
Desde la primera ciudad en barro hasta la última en llamas.
Ese equilibrio es la caridad.
La antigua fraternidad entre quienes no se verán más.
El equilibrio del universo es silencioso y modesto,
Soberbio y hermoso como un león que sueña:
La moneda herrumbrada que cae en la mano abierta.
Los miserables que comparten su contado arroz con las palomas.
El obediente y fatigado amor que se derrumba en la sombra.
La costumbre de saludar a un vecino sin nombre.
La tristeza ajena y el compartido vino.
También el equilibrio está en cualquier juguete hecho a mano.
En un libro de páginas gastadas para aprender a leer.
En el blanco pan y la dura panela, soñados por Dios para la caridad.
En quien cobija a un perro en la noche,
Quien extiende a otro un plato de sopa,
Quien traduce un poema para compartir una felicidad,
Quien hace suya una causa perdida para esperanzar a otros,
Quien bendice a cambio de un par de monedas,
Quien se compadece de la desgracia del mundo
Y se entristece de nada poder hacer.
Anónimos y fantasmales gorriones,
Que arrastran el sello de Dios entre la basura y bajo los puentes,
Deambulando torpes en muertas cárceles y fríos hospitales,
Cumpliendo los misteriosos propósitos de la caridad.
Porque toda miseria es riqueza cuando se comparte.
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