AUTORETRATO

II

Es imposible no escribir un pensamiento feliz bajo estos cielos perfectamente azules y bajo la sombra de los árboles reduciéndose a medida se acerca el medio día. Con los años me empecé a convertir en un paria del universo, pero hoy no. Veo los patos que se deslizan lentos y suaves, como un sueño de verano, sobre las aguas del lago que apenas titilan con el canto de lluvia que cae de las fuentes. Escucho el aleteo rápido de las mirlas entre las ramas de las araucarias y de las enormes ceibas del parque, desgranando las parras de moras silvestres. Mundo equivocado este, donde te enseñan química, física, matemática, lenguaje y lo único que debieras aprender es cómo ser feliz. Porque la felicidad es el arte de sostener una llama viva apenas con el aliento de tu respiración; la acrobacia, de sostenerte de pie, en uno, en dos o en ninguno, mientras el mundo cae a pedazos. Tantos años vendiendo tecnología me han ido alejando del mundo, como una hoja que irremediablemente ha caído del árbol y muere junto a sus raíces. Pero hoy no. Siento mis pulmones llenándose del mismo aire que mueve las ramas y que respira mi perro que duerme a mis pies. Un mismo aliento universal nos conecta y nos une en este instante, haciendo más leves las diferencias y más innecesarias las metas y los caminos. Un antiguo equilibrio me acepta hoy, el mismo que hace que la sangre siga su curso en mis venas y que los planetas no caigan al vacío como enormes ballenas que mueren en el mar. Mis latidos se sintonizan con el pulso de la savia del árbol anidado de pájaros en donde me recuesto, como si fuéramos todos un mismo ser de una geometría imposible, soñado hoja a hoja, hueso a hueso, pluma a pluma, desde el comienzo de los tiempos. Las estrellas que se ocultan tras el cielo azul, los ríos de magma que corren bajo las piedras y también los ríos de agua salitrosa que avivan el lago desde el corazón del mundo, todos ellos también hacen parte de esa misma geometría imposible en la que respiro y palpito como un átomo más. Hoy no estoy muriendo segundo a segundo, como algo más que se desvanece para siempre en una oficina oscura o un edificio tan lleno de gente que parece vacío. Hoy no soy un paria del universo que endulza con tecnología su larga podredumbre existencial, como alguien maquillando de fiesta su propio cadáver. Hoy alguien como Walt Withman sería mi hermano de sangre. Hoy me empiezo a despojar de todo aquello que alguna vez sentí mío y que me definía: mi casa, mi pasado, mi dinero, mi rostro, mis fantasmas y mi cáncer. Hoy mi identidad se está muriendo al fin, como una tarde que se ahoga en la noche, para renacer como un átomo de una inmensidad que estos ojos no alcanzan a ver.

 

 

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