AUTORETRATO

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Cada vez que como un pie de limón me acuerdo de vos Abue. De esos que tienen crema batida con limón rayado por encima y son bien crocantes por debajo. Al final de la última cucharada, me digo para mí mismo: “como sería de bueno que estuvieras viva, Amparo, y probaras este pie de limón”. ¿Te acuerdas de todas las veces que nos reíamos sentados en la cocina, cuando decíamos que habíamos enterrado a una empleada de servicio en el patio, mientras la nueva nos escuchaba aterrada? De verdad que era para morirse de la risa ese diálogo que improvisábamos, mientras la pobre de turno nos escuchaba lavando los platos.

– Ve Abue, ¿te acuerdas de Aida?, cómo me hace de falta esa empleada que tanto nos ayudaba…

– Pero Luis A, si Aida sigue aquí en la casa – me respondía Abue, que poseía una divertida maldad y un sentido del sarcasmo envidiable. – Lo que pasa es que vos desde tu cuarto no la escuchas aquí cuando ella se queja desde el patio.

Con esa sola respuesta, la empleada de turno quedaba fría, disminuía el chorro del agua de los platos para escuchar mejor, y uno veía que se le erizaba todo el pelo del susto. El cuarto de las empleadas quedaba a metros del oscuro patio de la casona donde vivíamos. Ese patio me daba pánico cuando tenía que bajar de noche a recoger algo de ropa. Entonces que una empleada recién llegada pensara que había “otra” aquí en esta casa tan grande era algo para morirse a carcajadas. Entonces, seguíamos con nuestro diálogo improvisado, digno de un Emmy casero.

– Yo no sé Abue, a mi sí Aida me hace mucha falta y la extraño mucho. Ella era muy buena haciendo ese arroz con pollo, le quedaba como jugoso, con un sabor único y además cortaba muy bien las verduritas. Yo pienso que fue exagerado lo que le hiciste…

– ¡Niño, vos lo dices porque te comías en una sentada hasta dos platos de arroz con pollo! Pero había que ver cómo Aída barría de mal y todos los platos le quedaban con grasa. Por eso es que está ahí metida en el patio. Se lo merece.

Para ese instante de la conversación, lo juro con la mano derecha, la empleada de turno estaba de pie con un jabón de loza en la mano y con un plato a medio caer en la otra, casi a punto de desmayarse. “Tantas historias de empleadas desaparecidas y llegar uno a servir a una casa de esas, donde sólo había una abuela, un muchacho y un perro, para que estén hablando de que hay “otra”, una anterior metida en el patio. ¿En dónde me metí?”, era algo que cualquiera se pregunta. Pero aquí era mi momento de salir con una perla del tamaño de un ladrillo.

– Pero a ver, Abue, ¿vos cómo haces para escuchar desde tu habitación que está tan lejos a la pobre Aida, si es que la cortamos en tantos pedazos y quedó debajo de todas esas lozas del patio? – le decía como quien no quiere la cosa, mientras cortaba a propósito otra tajada del pie de limón que comprábamos en Carulla. – … Abue, ¿te provoca otro poco del pie de limón?

– No niño, más bien ofrécele a Rosita, que la noto algo pálida, a ver si coge color. Rosita, ¿le provoca una buena tajada de pie de limón con café? Vea que la noche está fría.

Realmente la pobre estaba más pálida que un papel mojado, y tenía los ojos abiertos como si fueran platos, y respondía con una suavidad que hasta conmovía, como para no llegar a contrariar en nada a semejante peligro de anciana que parecía ser mi abuela.

– No doña Amparo, así está muy bien. Gracias sumercé.

Y como si fuera poco todo lo dicho, Abue remataba el diálogo con algo para no dormir en meses.

– Pues niño, lo de todavía escuchar a lo que quedó de Aida, es simple; los fantasmas siempre tienen sus mañas para hacerse oír – Y luego como si nada hubiera dicho- … ¿Sabes Luis A?, tanta conversación me dio hambre. Alcánzame un poco de ese pie de limón, y Rosita mija, hágame un café por favor.

Al final de este diálogo improvisado entre abuela y nieto no había aplausos. Para nada. Más de una empleada nos renunció al día siguiente. A otra que era muy buena lavando la ropa nos tocó jurarle que era una broma, que en la casa no había fantasmas y hasta le subimos el sueldo con tal de que no se fuera. En todo caso nos moríamos de la risa luego recordando semejantes conversaciones en la cocina. De verdad que cada vez que como un pie de limón me acuerdo de vos Abue. De esos que tienen crema batida con limón rayado por encima y son bien crocantes por debajo. Al final de la última cucharada, me digo para mí mismo: “como sería de bueno que estuvieras viva, Amparo, y probaras este pie de limón”.

 

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