Fantasmas

Todos tenemos nuestra idea personal de qué es un fantasma.

Te diré cuál es la mía: es algo que vive entre dos frecuencias, así como ese ruido blanco que sucede cuando buscas sintonizar entre una emisora y otra. En ese ruido hay espacio para todo, puede entrar desde una emisora de otro país hasta una voz perdida en el tiempo, como si fuera un continente espectral donde todo es permitido. Por supuesto, nosotros no los entendemos con nuestros torpes sentidos, pero ellos viven en las rendijas que se abren entre las frecuencias de nuestra realidad.

¿Ellos nos ven? No lo sé, puede que sí y nos vean de una forma nublada y deformada, porque tendrán otros sentidos nuevos y no podrán entender claramente su pasado cuando estaban vivos y en la tierra. ¿Nosotros entendemos el lenguaje de los recién nacidos? No, y alguna vez lo fuimos todos. Sin embargo, todo recién nacido es apenas la envoltura de un fantasma.

En mi vida cotidiana siento que los fantasmas me habitan y en sí, dejo que me habiten y que con sus voces llenen mis silencios. La muerte no puede ser un final, somos seres demasiado complejos como para ambicionar un punto final. Somos líneas de luz que se extienden a lo largo del espacio y del tiempo, que a veces se hacen tan delgadas que parecen invisibles y otras ardemos con la fuerza de un incendio. Pero nunca paramos, nunca nos detenemos, sino que continuamos con la inercia y velocidad de todas nuestras vidas pasadas, como si fueramos un tren desbocado en el cosmos.

Mi constelación de fantasmas es vasta, está mi perro lobo Dandy, mis dos abuelas Ana y Amparo, mi casa abandonada en Galerías como si fuera una concha vacía, y hasta mi propia niñez porque me siento tan otro, que aquel niño que fui ya debió haber muerto hace muchos años. Esos pulverizados huesos míos parecen de pájaro, de tanto en tanto, se elevan como tiza, hacen alguna figura inentendible en el aire y vuelven y se asientan en la tierra.

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