EL NACIMIENTO
De la boca fría y entreabierta de un hombre muerto surgen en la noche unos dedos casi líquidos.
Luego aparece un brazo completo y seguidamente el otro.
Así, el fantasma apoya sus manos contra el cadáver, levantando su cabeza transparente y vacía.
Detrás va su largo pecho y sus piernas, como náufrago arrastrándose hacia la arena.
Desciende de la cama, casi doblado por el peso de la gravedad del mundo exterior, tan distinta a la habitada en la carne y la sombra.
Como un pájaro levantando su primer vuelo, con los ojos dolorosamente cerrados, el fantasma atraviesa la habitación hacia un nuevo y brillante mundo de semáforos, celulares y ciudades construidos con la misma sustancia del insomnio y la demencia.
Camina como un paria, un desterrado, un leproso, debatiéndose entre el horror de sí mismo y la melancolía del tiempo perdido.
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