¿Qué son los monstruos? Son las retorcidas fronteras de nuestra percepción humana del universo. De ahí en adelante, todo es oscuridad, vacío y desconocimiento, como si fuera un oscuro y amenazante mar. Un monstruo es aquello que no se puede definir en palabras y todo intento de categorizarlo es vano y se reduce a balbuceos y a asociaciones infantiles. Nuestra lógica humana se hace añicos ante la presencia de un monstruo, porque ante aquello se desmoronan nuestros más preciados talismanes, el lenguaje, la matemática, la física y sobre todo, la razón. Un monstruo no soporta ser encasillado, categorizado y en últimas, humanizado. Por eso la monstruosidad define la frontera que anuncia otras constelaciones, otras geografías y otras formas de vida que en absoluto son humanas.
El corazón humano es una paleta que pinta con millones de posibilidades de color y añade sentimientos y profundidades emocionales al más insignificante de sus actos. Sin embargo, la naturaleza misma y en sí, la del universo, ese monstruoso mar de desconocimiento que rodea a la humanidad, solamente entiende de dos posibilidades únicas: equilibrio o desequilibrio. No hay más.
La construcción de mis monstruos siempre se encuentra dentro de la naturaleza misma. No asesinan, solamente tienen hambre y cazan. No conspiran, solamente se camuflan y esperan su mejor oportunidad. No desean nada, solamente sobreviven porque su instinto a ello los obliga. En definitiva nada tienen de humanidad.
Los amo profundamente, a todos mis monstruos, porque generalmente provienen de mis sueños. Es decir, son hijos de una mente libre vagando en un cuerpo dormido, como si yo fuera un tiburón hembra desovando en un acuario de formol.