Las magias de la sangre
Trazo lento y firme tu nombre en el empañado vidrio
Así como el primer hombre traza con seca sangre
El incierto bisonte en la oscuridad, intentando una magia
Para invocar a los antiguos dioses de la cacería y la selva.
No tengo más magia y artificio que los símbolos
Que fabrican este poema, que en nada me alivia.
Con el tiempo empiezo a entender los límites
Y los bendigo como quien agradece la ceguera y la constante noche,
Que nos ocultan y disimulan las pesadumbres del mundo.
Agradezco los libros que desconozco y no me comparten sus dudas.
También la indiferente agua que no pasa por mi garganta,
Y el suave, dulce amanecer que no veré un día.
Porque todo aquello que no es mío,
Pertenece a Dios y a los demás hombres.
“Uno nunca se puede caer del mundo” – desafiaba Tamerlán,
Valiente y cruel, para indicar que nada peor puede suceder.
Es posible pensar que ninguna moneda se ha perdido en el mundo,
Ninguna venganza ha quedado sin consumar,
Ningún amor tendrá sed al final de los tiempos.
Nuestros amores, venganzas y propósitos
Serán ejecutados por otros, sin saber nunca
Que actúan para cumplir lo que no se nos fue concedido.
Alguien será inmerecidamente feliz para compensar la tristeza de muchos.
Homero deberá perder sus ojos para cantar la memoria de los siglos.
Esta noche, un anónimo ha enamorado la mujer de mi vida
Para cumplir mi nunca saciado amor.
A mí me es concedido escribir los versos
De lo que otros viven y dejan.
Esos son mis vanos y torpes consuelos.
Trazo lento y firme tu nombre en el empañado vidrio,
Para acercarte a mi cotidianidad, a mis costumbres y a mis hábitos.
Escribo tu nombre en lluvia, papel, arena o sangre
Porque quiero vivir este poema para dejar de escribirlo tanto.
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