CUANDO MUEREN LOS PLANETAS

Mil trescientas noches

Mil trescientas noches han sido mi paciente rosario,

Contadas una a una para destejer la memoria que las une.

Vaciando la infinita agua de un odre también infinito.

Como un amor que desea ser apagado por el olvido.

Como el hombre fatigado que busca tembloroso el sueño.

Así he destejido de memoria estas mil trescientas noches.

 

Ya sé que el río del tiempo ha desembocado en mi espejo:

Mi rostro no es el mismo de antes. Ni las palabras que dice.

Caballo agonizante abrevando en las aguas del reloj,

He visto las marcas y las grietas del tiempo:

Las ciudades que nacen y mueren sobre sí mismas,

Como olas en la noche de un mar sin nombre.

Murallas hechas piedra para renacer más brutales luego.

Revoluciones que destituyen chacales y nombran lobos.

La espada que desempuña la fe para purificar la sangre.

Pero el amor, torpe y ardiente, nunca atiende a los astros.

Mil trescientas noches, mil trescientas plegarias de olvido.

 

Cada tantos calendarios, el alma resurge del alma,

Como ave empollándose a sí misma para hallar su magia.

O un libro que ansía la ceniza para leer en ella su destino.

Con ese asombro, mi alma saluda el tiempo en mi rostro.

Entonces, descubro ajenos los libros que más quise,

Como sueños mal recordados o aves muertas en pleno vuelo.

Y las calles de antes ya no me comparten sus monólogos.

(El escenario de mi conciencia es cada vez menor)

La música que sobrecogía mi corazón como puñado de hojas secas

Ahora es tenue e indecisa lluvia de amanecer.

Pero el verdadero olvido es atributo de dioses o bestias.

Mil trescientas noches, mil trescientas suplicas de amor.

 

Como rastro de mariposa en tarde a pleno sol,

Mi identidad se confunde irrecuperable en el cristal:

Quien me mira desde el espejo, me piensa desde otro tiempo.

Como alguien compadeciéndose de su propio pasado.

O quien comprende su muerte como un gesto necesario.

O un alfarero reconstruyendo desde adentro cada palabra suya.

Mil trescientos ríos con sus noches alisaron la piedra de mi alma.

Mil trescientos incendios con sus noches dejaron la ceniza pura.

Mil trescientos silencios con sus noches me ahogaron de palabras.

Mil trescientas muertes con sus noches no abrevaron mi sed por ti.

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