LA HIDRA

De un lector a otro

Mis ojos se están vaciando de toda página leída,

Como agua o arena escurriendo de una mano abierta.

Devuelvo uno por uno los tomos de la enciclopedia,

Las formas del mapa y los encantamientos del álgebra.

Pacientemente los apilo en la biblioteca de donde curioso

Los tomé prestados y ahora mi olvido los entrega salvos e intactos.

 

Otro lector recitará lentamente los versos de Dante.

Supondrá por instantes ser Dante mismo.

Un doblez en la Comedia le detendrá

Sobre el señalado verso y repetirá la costumbre de un lector muerto.

Entrego las 1001 Noches a medida que las olvido,

Como destejiendo un amado tapiz.

Para entregarlas al otro,

Al lector sin rostro que me sucederá en esta feliz labor.

 

Otro, un dichoso otro,

Tampoco entenderá el apretado tiempo de oro

Concedido para entender, lamentar y bendecir el universo.

 

Todo aprendiz es finito como una vela,

Mientras el universo se expande como incendio sobre hierba.

Ese otro también escurrirá sus dedos sobre las páginas

Como acariciando el lomo de un animal dormido o un piano en la oscuridad.

Repetirá ademanes de otros lectores sin saberlo.

 

Dos hombres abriendo un libro comparten una misma patria.

Aquél que con su lectura corregirá mis olvidos y descuidos,

Ojalá le sea dado el entendimiento y visión

Del catálogo de los barcos de la Iliada:

Ese catálogo es mi inalcanzable Palestina.

 

Cierro los libros que significaron mi amistad con Poe y Lovecraft,

Como cerrando los ojos de alguien presto al sueño,

Para que sueñe lo que yo no.

¿Cómo una página, una simple página

Contiene el mar que no he visto y la espada que no empuñaré?

¿Cómo alguien lejano entiende el íntimo amor que es mío,

Pero yo mismo no entiendo?

¿Qué raro dios permite esa magia

Entre el hombre que lee y el hombre que escribe?

Devuelvo mi prestada biblioteca

A los demás, al universo, al olvido.

En cierto modo,

También dejo mi rostro y todos mis asombros

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