El fuego que desconoce leña y ceniza
El hombre engendra una serie infinita de hombres
Pero no es capaz de arrebatarle una sola piedra al universo.
La humanidad por más que se multiplique siempre verá
Un mismo y persistente número en la arena del desierto.
La cifra es exacta y finita, a diferencia de quienes la calculan.
Como quien recorre en sueños la caverna de los tesoros
De las 1001 noches; manzanas de oro y perlas como huevos.
Al despertar, sus manos siguen vacías y abiertas.
Así recorremos el ajeno mundo, con el ojo o el pensamiento.
Sin poder conservar en nuestra mano un puñado de la preciosa arena
Que atestigüe nuestro furtivo paso de pájaro o lluvia por el Edén.
Cada noche entrego al olvido las páginas de Dante.
Otro lector encontrará asombro y terror en ellas. Ya no son mías.
La memoria es una bolsa hueca y el oro regresa a la nada.
¿Cuánto no daría por atesorar una línea de Séneca o San Pablo?
¿Qué por recordar el sabor de probar el agua por primera vez?
La memoria es un breve intermedio entre la ignorancia y el olvido.
He trazado durante años mi biblioteca personal
Como construyendo paciente un castillo de arena cerca al mar.
Pero nada se pierde para siempre. Todo propende a ser eterno.
En la ruina persiste Cartago y en la duda Descartes.
(Un gesto de Adán sobrevivirá en el último hombre).
El fuego es eterno y verdadero. No la leña y la ceniza,
Que es nuestro pobre método de concebir los objetos de la eternidad:
Encerrarlos entre orillas, principios y finales.
Al amanecer, miro en mi mano cóncava
Las cenizas de un amor muerto. Pido la gracia del olvido.
Pero ya sé que el olvido es atributo de bestias o dioses.
No de un hombre tristemente enamorado.
Siguiente