LA HIDRA

Retorno a lo básico

Conozco lo que los demás hombres conocen.

Eso basta para ser feliz y decir que he vivido.

 

Conocer el pan, la mujer y la guerra.

Beber del río que bebió Adán y abrevará el Abbadon.

Conocer ese misterioso Atila que significamos por tiempo.

El amor, ese breve roce de lo pasajero con lo infinito.

La música, la conversación y el ajedrez,

Que hacen más soportable y digno el envejecimiento.

Esas otras dos formas de la vigilia,

Que son el sueño y la memoria, desordenadas e irrecuperables

El canto de la lluvia, triste y solitario como el hombre cuando llora.

Esa melancolía de ser ceniza y no mármol cuando atardece.

Las calles que se extienden en la tarde como un largo monólogo.

Tantos rostros vistos que parecen uno solo hecho milagro.

Tantas calles y desiertos que trazan una sola cárcel.

Y el inagotable, vasto castellano, idioma de aves y tambores,

Que arrastra en cada palabra miles de espadas y sangres,

Cruces e infamias, océanos y carabelas.

Toda una Europa de palabras, toda una América de monedas

Con las que compro el universo cuando hablo.

 

La palabra es mi noche y mar, laberinto y ruiseñor.

Dios habló en castellano para despertar mi alma

Desde la greda que no tiene tiempo, número y espacio.

Dictó un poema. Lo olvidé al nacer.

En sueños recojo palabras sin orden alguno.

A medida que mi vida transcurre y se apaga,

Armo con paciencia de ciego en la oscuridad

El rompecabezas que cae al azar como lluvia.

No he recobrado el poema.

Soy papel, pluma, tinta y mano

Para trazar versos sobre mi piel y destino.

Al final contemplaré la extraña métrica de Dios.

Conozco lo que los demás hombres conocen.

Eso basta para ser feliz y decir que he vivido.

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